Enrique IV (La locura y sus realidades)
Autor: Luigi Pirandello (1867-1936). Traducción: Daniel Bardra e Ingrid Pelicori. Elenco: Alfredo Alcón, Elena Tasisto, Osvaldo Bonet, Horacio Peña, Roberto Castro, Analía Couceyro, Lautaro Vilo, Pablo Caramelo, Javier Rodríguez, Pablo Messiez y Francisco Civit. Director: Rubén Szuchmacher. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Luces: Gonzalo Córdova. Duración: 90 minutos.
Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530) Funciones: miércoles a domingos a las 20 hs. Platea $12 (miércoles $6).
En el mundo audiovisual se suele decir que uno no ve lo que ve, sino que ve lo que sabe, sin embargo en esta fascinante obra del siciliano Luigi Pirandello, el espectador ya no sabe hasta que punto es real lo que se sabe, cual es la realidad, o más intrigante aún, quién es aquel o aquello que la conforma y cual es el límite de esta con la ficción. Así como el lector habrá quedado confundido con estas últimas líneas, aferrémonos, por un instante, a la idea de que lo que uno sabe es al menos parte de lo que uno es (o se reconoce ser).
El primer eje que vislumbra la obra es la relatividad de la verdad, todo es relativo nada parecería ser cierto diría un celebre científico alemán. La locura podría ser otro de los temas centrales, esa locura ¿o cordura? de nuestro héroe, el Rey Enrique IV, por preferir vivir una irrealidad que lo despoje de la vida exterior, esa que transcurre en un mundo, aparentemente real, pero incierto.
Alguna vez, Pirandello expresó que la vida es una triste pieza de bufonería, dado que cada uno de nosotros tenemos, y sin saber bien el porqué, la necesidad de auto-engañarnos constantemente mediante la creación de una realidad, distinta para cada uno de nosotros y nunca la misma para todos. Y a partir de esto es que se da vuelta la historia, una vuelta de tuerca que nos deslumbra con la genialidad que sólo Pirandello poseía.
Entre humoradas y grandilocuencias, es que surge una historia oculta que conlleva el ímpetu de la tragedia, una antigua historia de amor anacrónica, un accidente que no fue tan casual. La obra es arrasada por la melancolía y cuestionamientos que hacen al misterio de la vida ¿qué es la verdad? ¿qué es la ficción? hasta llevarnos a un final trágico y negro. La soledad embriaga la escena y una vez más comprobamos que solos vinimos y solos nos vamos de este mundo. Un mundo en donde vivir el día a día es inventarse cada mañana, es como dice Alcón en unas de sus líneas: “Hay que hacer la realidad real, para que esta no sea una burla” Y la burla de la vida es saber que estamos en un mundo de locos, aunque creamos que los únicos de tal especie están bajo llaves.
Despues de ver esto (y un poco más) nos queda ese todo de nuestra vida que no es nada y la realidad, siendo aquello que salimos pateando a través de las gradas: nuestra propia (in)conciencia
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